La eficacia de una intervención terapéutica depende en gran medida de la calidad de la transferencia —el vínculo inconsciente entre analista y analizante—. En este sentido, la alianza terapéutica constituye el factor predictivo más sólido del éxito clínico.

Desde este enfoque, la mirada, la postura o el tono de voz forman parte de ese intercambio simbólico y afectivo que sostiene la relación.
Así, los contextos presenciales potencian la riqueza de estímulos y facilitando de esta forma el trabajo en transferencia. Sin embargo, reducir la eficacia terapéutica a la materialidad del encuentro puede ser una simplificación.
Desde la lectura psicoanalítica, la función simbólica del terapeuta se define por el lugar que ocupa dentro del discurso, más que por su proximidad física.
De esta forma, la presencia del analista puede trasladarse al plano simbólico de la palabra y del encuadre, sin que necesariamente se debilite la eficacia del proceso. Siempre que se mantengan los principios técnicos del encuadre y la consistencia en la transmisión verbal, el proceso terapéutico encuentra diferentes formas de manifestarse para que se pueda dar la trasferencia, que es de lo que se trata cuando hablamos de la diferencia entre terapéutica online o presencial.
En este sentido, la virtualidad supone una reconfiguración del espacio terapéutico.
La transferencia, más que un fenómeno sensorial, es una experiencia psíquica sostenida por la técnica y el deseo del terapeuta, que requiere a la vez del trabajo del paciente. En la medida en que el paciente se implica en esa labor de escucha y elaboración, la transferencia se vuelve el espacio donde puede reconocerse y transformarse algo de su verdad inconsciente.
En definitiva, lo que está en juego no es la oposición entre presencia y distancia, sino la posibilidad de desarrollarse la función simbólica del vínculo en los nuevos modos del encuentro. La transferencia, lejos de perderse, se reconfigura: encuentra otras formas de sostenerse y de hacerse oír en el espacio virtual. La relación online no sustituye la presencia, pero permite el encuentro introduciendo nuevas mediaciones simbólicas. En este sentido, la técnica, el deseo y la palabra siguen siendo los pilares del acto terapéutico, que hoy se expande más allá del cuerpo presente, dando lugar a un lazo que también puede hacerse cuerpo en la palabra.